Enlace al capítulo aquí. Este capítulo explica la relación entre la percepción y la representación.
Profundicemos lo dicho hasta ahora sobre el PENSAR: El pensar es producido en la mente del hombre como un proceso del mundo y no está separado de él. Precisamente porque somos seres pensantes no somos conscientes de la propia actividad del pensar y creemos que el mundo está separado (acabado) sin la actividad pensante, y que ésta es un mero reflejo del mundo y sus procesos. Creer que la percepción y el concepto son dos procesos paralelos no condicionados entre sí (como la imagen en un espejo de cualquier objeto del mundo) es arbitrario.
Nuestra organización espiritual es tal que para cada cosa de la realidad, los elementos correspondientes, nos llegan por dos lados: el percibir y el pensar. Esta división aparece en el momento en que yo, el observador, me sitúo frente a las cosas. Pero en el mundo el concepto está unido a la percepción.
El hombre es un ser limitado. En primer lugar, es un ser entre otros seres. Su ser pertenece al espacio y al tiempo. Por ello también sólo le puede ser dada una parte limitada del universo entero en un momento determinado. Sin embargo, esta parte está unida en todas direcciones con otras partes, tanto en el tiempo como en el espacio. Si nuestra existencia estuviera unida con las cosas de tal manera que todo acontecer del mundo fuese a la vez nuestro acontecer, no existiría diferencia entre nosotros y las cosas del mundo. Pero entonces tampoco existirían cosas diferenciadas y no habría CONCIENCIA. Todo acontecer se sucedería en constante continuidad. El cosmos sería una unidad y un todo encerrado en sí mismo. La corriente del acontecer no tendría interrupción. Pero debido a nuestra limitación nos parece diferenciado lo que en verdad no lo es. Esta separación es un acto subjetivo, condicionado por el hecho de que nosotros no somos idénticos al proceso universal, sino un ser entre otros seres.
Así como por medio de la percepción nos ubicamos en un mundo exterior de materia y energía; por medio de la autodeterminación del pensar lo percibido en mi propio ser se aúna al proceso universal, porque el pensar es universal. En el pensar nos es dado el elemento que une en un todo nuestra personalidad individual con el cosmos. Vemos surgir en nosotros una fuerza absoluta en devenir, una fuerza universal, pero no la reconocemos como procedente del centro del mundo, sino en un punto de la periferia. Si conociéramos su procedencia se nos revelaría, en el instante en que despertamos a la conciencia, todo el enigma del mundo. Pero como nos encontramos en un punto de la periferia, y encontramos nuestra propia existencia sujeta a límites específicos, tenemos que aprender a conocer la esfera que se halla fuera de nuestro propio ser por medio del pensar que, desde el universo, penetra en nosotros.
Esto no se puede confundir con la mera adquisición de conciencia de nuestro propio Yo. Pues la autopercepción está relacionada con el sentimiento y la sensación individual (incluso con la percepción). Por eso el hombre es un ser entre otros seres.
El concepto es lo que recibimos de la cosa no desde fuera, sino desde dentro de ella. El equilibrio, la unión de ambos elementos, el interior y el exterior, es lo que aporta el conocimiento. El acto de cognición es la síntesis de percepción y concepto. Solamente la percepción y el concepto de una cosa la hacen un todo.
La personalidad humana limitada (la autodeterminación por el pensar), la percibimos sólo en nosotros mismos; la fuerza y la materia en las cosas externas (por medio de la percepción).
¿Qué es la percepción sin el concepto? el mundo aparece como una mera yuxtaposición en el espacio y en la sucesión del tiempo de objetos y procesos de valor indistinto, un agregado de detalles inconexos. Cuando una consciencia pensante se aprehende de la percepción los hechos aislados adquieren un valor en sí mismos y para el resto del mundo, tendiendo hilos de ser a ser. Por ello la actividad pensante está llena de contenido. El pensar aporta este contenido a la percepción, a partir del mundo de los conceptos y de las ideas del hombre.
En contraste al contenido de la percepción que nos es dado desde afuera, el contenido del pensar aparece en el interior (autodeterminación).
La intuición es para el pensar lo que la observación es para la percepción. La intuición y la observación son las fuentes de nuestro conocimiento.
A quien no sea capaz de encontrar las intuiciones correspondientes a las cosas, sólo puede observar fragmentos incoherentes de percepción.
Lo que en nuestra observación se presenta como separatividad, se une a través del mundo coherente y armonioso de nuestras intuiciones gradualmente y nosotros con el pensar volvemos a aunar lo que separamos por la percepción.
El idealista crítico no puede probar, mediante la investigación del contenido de nuestra observación, que nuestras percepciones son representaciones (el mundo es mi representación). Ya lo vimos en el capítulo anterior: supongamos que aparece una percepción en mi conciencia, por ejemplo, el rojo. Si continúo la observación puedo relacionarlas con otras percepciones, con una determinada figura, o con ciertas sensaciones de temperatura y de tacto. Esto es el objeto del mundo de los sentidos. Puedo también observar que en el espacio entre el objeto y los órganos sensoriales aparecen sucesos mecánicos (vibraciones en un medio elástico), procesos químicos y otros. También examino la transmisión de los órganos sensoriales al cerebro. Todas estas percepciones no tienen nada en común entre sí excepto los hilos de enlace que entreteje todas estas percepciones en el espacio y en el tiempo por el pensar. La relación que trasciende lo meramente percibido, los objetos y el sujeto de la percepción es puramente ideal. Ya vimos que el pensar no es subjetivo, ni subjetivo ni objetivo. El pensar crea estos dos conceptos. El sujeto no es sujeto porque piensa, sino que se aparece a sí mismo como sujeto gracias al pensar. Así pues la percepción ante la presencia del objeto en el campo de observación es una percepción objetiva.
Sin embargo, la representación, que como ya vimos es la percepción de la transformación de mi propio estado a causa de la presencia del objeto dentro de mi campo de observación es una percepción subjetiva.
Lo que ahora haremos será definir el concepto de representación. Esto nos llevará a la relación de éste con el objeto y por tanto, a la relación del ser humano con el mundo, y desde aquí, descender del campo del conocimiento puramente conceptual, hasta la vida individual concreta.